Por David Uriarte /

Hay dos tipos de abandono, el abandono que te hace alguien, y el abandono a ti mismo. El llanto puede aparecer en cualquier tipo de abandono… el llanto representa una alegría o una tristeza, igual se llora de alegría cuando se recupera la salud, la libertad, o una relación de afecto, o cuando se pierde un familiar, un órgano de los sentidos, la salud, la libertad, o un vínculo de afecto.

Cuando una persona se abandona a su propio placer en busca de la recompensa erótica, puede llorar de alegría, lo mismo sucede cuando se acuerda de la compañía que hoy está ausente cuyo retorno será imposible, más si se trata de un vínculo altamente significativo.

Sin duda el llanto reaparece también con la pandemia con la pérdida de familiares y amigos víctimas de la enfermedad viral, con la pérdida de empleo, de la pareja, de la salud, de las secuelas temporales o definitivas de una enfermedad tan rencorosa que no perdona a nadie, excepto a los que tienen buen sistema inmune. En fin, el llanto es el signo de los nuevos tiempos, de los tiempos pandémicos.

El llanto es el visitante frecuente de los que sufren, un visitante discreto, propio de la privacidad y más de la intimidad, un visitante que se disipa a veces con la luz de la compañía o reaparece a la luz de la confianza.

El llanto es la conciencia de una pérdida, es el tobogán de la esperanza cuyo destino es la resignación o el sufrimiento crónico que a veces no alcanza a desvanecer ni siquiera el tiempo.

El llanto como signo de abandono es el medio de comunicación con el ausente, es el rezo que implora perdón por la falta de muestras de afecto al ausente. Es la medicina que calma la ansiedad de saberse abandonado para siempre, es el combustible que alimenta la esperanza de un posible encuentro en un futuro incierto, o bien, el cordón que amarra el cartón donde se guardan para siempre lo único que queda: el recuerdo y la resignación del abandono.

Llorar no es muestra de debilidad, el llanto es la fístula que comunica lo terrenal con lo celestial, el presente con el pasado, el presente con el futuro, la realidad con la imaginación. El llanto vuelve humano a quien lo vive, aunque lo haga por quien ya no está.