Por David Uriarte  /

La niñez es una carretera incierta, puede ser la mejor autopista o la brecha lodosa convertida en atolladero.

Algunos padres no tienen idea del impacto psicológico que representa para los hijos la lejanía emocional de ellos. Piensan que los niños son adultos pequeños, creen que la inteligencia resuelve los conflictos emocionales, en fin, a veces los padres son la más cruel de las cárceles de sus hijos.

En la adolescencia, la juventud y la madurez, se expresan las frustraciones y carencias emocionales que se construyen en las primeras etapas de la vida.

El padre que abandona al hijo en las primeras etapas de la vida, recluye al menor en la cárcel del destino incierto, lo somete al trago amargo de la adaptación a la esperanza de un reencuentro o a la construcción de una decepcionante realidad multifacética.

Ver todos los días por las rejas de la cárcel del abandono, fomenta el coraje y la frustración de una realidad que no se explica y mucho menos se entiende, o bien, resignarse a un nuevo esquema de vida donde la ausencia del padre es la compañía diaria de una esperanza frustrada y un coraje no entendido.

No se sabe que es más dañino, si la ausencia de la figura paterna, o la figura paterna de un patán convertido en padre biológico.

Cuya violencia física y psicológica atormentan un día sí y otro también la tierna conciencia de un niño, que sólo reclama con su deseo, un abrazo y una caricia con la mirada compasiva y amorosa de un padre que nunca tendrá, mientras viva en la cárcel de su destino.

Recluirse en el rincón obscuro del pensamiento frustrante, esperando que la luz de la figura paterna ilumine su sonrisa y transforme sus lágrimas en alegría y felicidad, es una película que repasa todos los días un niño abandonado.

No basta el amor de la madre, la abuela o las tías para cerrar la herida que deja la ausencia del padre, esa pieza del rompecabezas de la vida, esa persona cuyo significado es único en el hijo, esa esperanza cara que puede ser la peor cicatriz de la vida de un hijo cuyo crecimiento y desarrollo se dio a la sombra de la cárcel de la ausencia paterna.

Hoy, en la adultez, el recuerdo del niño abandonado por su padre, transforma su frustración en perdón o en odio, pero no olvida la cárcel de su padre.