Por David Uriarte /
Antes los préstamos eran a la palabra, no se necesitaban documentos o instrumentos que obligaran al deudor; excepto su palabra. Eso ocurría en el siglo pasado y mucho más en el antepasado. Lejos quedaron esos tiempos, hoy en el siglo XXI, la frase “mala paga” se convirtió en la frase “es un ratero”.
Robo, ratero, robado, robar, son palabras que se anidaron más que en el vocabulario, en la cultura, tanto que se institucionalizó y en este régimen hay una dependencia que se llama Instituto para Devolver al Pueblo lo Robado (INDEP).
Así como existe el Instituto Nacional de Psiquiatría, Cardiología o Cancerología, también existe el Instituto de lo Robado, ni la mente más aguda en neurociencia o psiquiatría imaginó alguna vez el tamaño de esta realidad.
Cuando la estructura de gobierno construye este monumento a la deshonestidad, institucionaliza el robo como práctica cotidiana de los servidores públicos de los regímenes anteriores –no tan anteriores–, sólo desde el gobierno de Salinas, Zedillo, Fox, Calderón y Peña. Da por sentado que el sello distintivo y característico en los últimos treinta años en México, es el robo por la mayoría de los servidores públicos.
Devolverle al pueblo lo robado, es tener la evidencia de la conducta delictiva, aún más, tener los instrumentos jurídicos necesarios para confiscar el producto del ilícito y regresarlo al pueblo.
Esta mancha (corrupción), no la limpia cualquier jabón o detergente, primero necesita el remojo del tiempo, y después a ver qué pasa… por lo pronto, todo lo que huela al pasado con sus honrosas excepciones, esta nulificado, inhabilitado per se, señalado, estigmatizado, y porta un tatuaje –que sólo logran leer ciertas personas–, que dice: corrupto.
El posicionamiento psicológico en las mentes de muchos mexicanos, es la creencia de que todos los que participaron en los gobiernos pasados son rateros por decir lo menos. Por eso, resulta más que fácil asegurar posiciones políticas con caras nuevas, con ciudadanos sin antecedentes de haber participado en las estructuras administrativas y políticas del pasado. No se trata necesariamente de verdades, se trata de percepciones indelebles.