Por David Uriarte /

No se necesita insultar la inteligencia de nadie para saber que los tres grandes males que viven los mexicanos en el presente régimen son: inseguridad, enfermedad y pobreza.

Los aguijones ponzoñosos laceran vida y esperanza de quienes lo padecen, los indicies de violencia y homicidios es una cosa y el miedo de ser alcanzado por el sufrimiento personal y familiar es otro. Esto significa una vida sociofamiliar agónica, impregnada por la zozobra de los levantones, el aullar de las sirenas y el retumbar de las balas.

Conocer o tener la información de la dimensión pandémica, saber de la falta de medicamentos para el cáncer y enfermedades catastróficas, es una cosa… pero tener la vivencia es otra. Ser huérfano, viudo o viuda, o haber perdido a un hijo por la enfermedad del Sars-CoV-2, estar incapacitado o en rehabilitación pulmonar, tener una enfermedad como la diabetes o la hipertensión derivado de la infección viral; o vivir ansioso, deprimido o con miedo de recaer, o miedo a que se infecten y no sobrevivan los familiares o amigos… es vivir al límite.

Haber perdido el empleo, los ahorros, o estar endeudado por la enfermedad de algún miembro de la familia, parece ser la constante en muchos mexicanos, esto es un resumen ajustado producto del año y medio que lleva la pandemia en el mundo y en México.

Lo paradójico -hay que decirlo- es que médicos neumólogos, internistas, intensivistas, cirujanos de tórax, y aquellos que han aprendido en la práctica médica privada a tratar paciente con COVID, en términos generales han construido una fortuna relativa, es decir, las cuentas hospitalarias promedian cuarenta mil pesos por día, y los honorarios médicos varían de tres mil a veinte mil pesos el día por el cuidado de un paciente hospitalizado grave.

No se puede evitar cerrar el análisis sin tocar el negocio de las casas funerarias, otro negocio floreciente con el dolor pandémico, otro negocio, la venta de oxígeno medicinal y concentradores de oxígeno, oxímetros, cubrebocas, termómetros digitales, gel antibacterial, vitamínicos, medicamentos de uso común pero no autorizados por la ciencia médica, en fin, es una cadena apocalíptica aterradora.