Por David Uriarte /

Las personas miedosas y las temerarias son las más vulnerables en la vida. Entre el miedo y la temeridad habita el equilibrio, las personas equilibradas mantienen una armonía entre la razón y la emoción.

En la vida no puede ser todo emoción, no puede ser sólo alegría, tristeza, coraje, euforia, o cualquier categoría de los afectos, tampoco puede ser sólo la rudeza o la crueldad de una realidad a secas.

En tiempos de pandemia, el miedo paraliza la razón en personas cuya susceptibilidad es heredada, aprendida, o forma parte de su personalidad evitativa o dependiente.

Por otra parte, también aparece la conducta temeraria, aquella donde se conjuga el peligro, el valor y la imprudencia.

Las personas miedosas desenfocan la realidad al sobredimensionar sus efectos, viven presas de fantasías amenazantes y somatizan aquello que temen; la enfermedad.

Las personas temerarias, minimizan el riesgo, se desenfocan de la realidad llamada peligro, y con una valentía imprudente justifican su conducta, estas personas también arrastran carga hereditaria, se parecen a alguien, o han aprendido el modelo de conducta sociopática de aquellos que admiran, o bien, tienen rasgos de personalidad donde el incumplimiento de las normas sociales es la característica principal.

Los miedosos tienen nichos de refugio bien definidos, la religión, la espiritualidad, la higiene obsesiva, los actos compulsivos, las conductas ritualistas, las promesas de conciencia o “mandas” donde sacrifican parte de su identidad; los miedosos también contaminan a los suyos con sus creencias o pensamientos, defienden su miedo con una fe más que cristiana, con una prestancia patológica.

Los temerarios con su narcisismo propio de aquellos que confunden imprudencia con terquedad, valentía con irracionalidad, o peligro con reto, terminan lesionando a ellos mismos, a su familia y su entorno social.

Pasar del miedo o la temeridad, al equilibrio es el reto, redimensionar la realidad desde la óptica científica significa no minimizar, pero tampoco magnificar, sólo describirla sin juicios de valor. Una cosa es morir por complicaciones y otra es complicar la vida y la salud por temeridad.