Por David Uriarte

 

El nacimiento es producto de la fecundación hecha nueve meses antes. Todos festejan en nacimiento, pocos se acuerdan o toman conciencia de la fecundación. En el poder político pasa lo mismo, todos festejan el triunfo, pocos se acuerdan o toman conciencia de la fecundación.

El embarazo de la presidencia de AMLO duró 18 años, el poder se fecundo desde entonces, aunque el triunfo se festejó un día después de las elecciones. Las elecciones se ganan con votos, los votos son producto de la fecundación del poder, fecundación que invariablemente se hace con mucha anticipación, si no, pregúntenle a Andrés Manuel.

Hace meses escuché decir al gurú de la política en Sinaloa, que ya es tarde para pensar en la sucesión, es decir, es probable que el ungido ya esté apalabrado. Hay dos formas de apalabrarse, una con trabajo y otra con la gracia del que decide quién dará la cara ante los electores.

En el oficio político no existe la garantía, sólo las coyunturas y circunstancias, en Sinaloa hay muchos políticos con los merecimientos suficientes para administrar y dirigir el Estado, sin embargo, las coyunturas y circunstancias están aderezando el platillo con un toque de sorpresa.

Los políticos sufren de alguna manera la suerte del aforismo cristiano, “no es del que corre o del que grita, sino del que Dios tenga misericordia”; podrán tener en sus haberes políticos mucha experiencia, incluso mucho dinero, pero el ‘manto misericordioso’ vendrá finalmente del pueblo que sale a votar, los partidos de béisbol con carreras, y las elecciones con votos.

Preparar o predisponer al electorado resulta fácil si se usa la lógica empática de ellos, es decir, si se alcanza a entender la forma de pensar y de sentir del pueblo que tiene la llave del cuarto donde está la silla del poder.

El reto inminente de los que suponen tener ventaja por ostentar una representación en cualquiera de las cámaras estatales o federales, al igual que cualquier aspirante con experiencia y currículo político, es una candidatura ciudadana, la de una persona fuera del foco político y dentro de las esperanzas del electorado. La fecundación del poder se da en el rincón menos imaginado.